Cuando los primeros rayos del sol rozan las orillas de la laguna Epecuén, la escena parece suspendida en el tiempo. En las aguas quietas, salinas y brillantes, el movimiento lento de cientos de flamencos tiñe el paisaje de matices rosados y blancos, como pinceladas sobre un espejo.
Ubicada junto a la ciudad bonaerense de Carhué, a 520 kilómetros de la Capital Federal, el espejo de agua conserva la memoria del antiguo pueblo sumergido y ofrece uno de los espectáculos naturales más singulares de la provincia de Buenos Aires: el avistaje de flamencos australes.
Las salidas de observación de aves se realizan durante todo el año desde la Secretaría de Turismo local a cargo de los guardaparques. En ocasiones especiales con grupos de escuelas de todos los niveles y talleres educativos. Y para el público general, todas las semanas. “Una experiencia donde está la belleza de lo distinto. Disfrutamos el contacto con la naturaleza en su estado puro”, señaló Viviana Castro, guardaparque municipal de Adolfo Alsina.
En un entorno de tierras salobres, viejos terraplenes y árboles petrificados, los flamencos encuentran refugio y alimento. Las aguas ricas en minerales favorecen el crecimiento de pequeños crustáceos, responsables del tono rosado que caracteriza a estas aves de patas largas y vuelo elegante.
Los visitantes que recorren las pasarelas naturales o simplemente se acercan en silencio a las zonas bajas de la laguna pueden contemplar escenas de singular belleza: flamencos alimentándose con movimientos gráciles, acicalándose bajo la brisa o despegando en bandadas que recortan siluetas vibrantes contra el cielo despejado. “Están en su casa y los visitamos con el mayor respeto. En la experiencia observamos y comentamos sus edades, con qué otras especies de aves comparten entorno, cómo se alimentan y desplazan, con telescopio y binoculares”, agregó la experta.
La atmósfera, en Epecuén, tiene algo de mística. Entre las ruinas del antiguo balneario y los espejos interminables de agua, cada sonido es un eco lejano de un aleteo, el crujir de las sales bajo los pies que parece formar parte de una ceremonia natural.